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En el espacio virtual de un querido amigo, Gerardo Mendive, que él denominó   Mirar-nos con Ojos Ajenos,   el cual disfruto mucho, nos regala semanalmente una charla espléndida sobre diversos temas, citando siempre a los autores y, como él mismo dice, profundizando en algunos aspectos que muchas veces dejamos pasar sin percatarnos de la importancia que tienen en nuestra vida.

Hace poco Mendive se basó en un libro de Carlos Alemany publicado con el título    14 aprendizajes vitales para la vida.   Dicho autor señala aprendizajes verdaderamente importantes y, por  lo general, lo hace en parejas, ya que esta vida tan paradójica nos invita a conocer los diferentes polos, las orillas;  podríamos decir hasta los límites, tanto de un lado como del otro, aunque yo siempre he pensado que debemos tratar de mantenernos en el justo y sabio término medio, para guardar el equilibrio y no radicalizarnos.

Alemany nos invita a “aprender a aprender” (valga la redundancia) y, tan importante como esto, de igual manera a aprender a  desaprender, para sustituir aprendizajes y conductas que quizás nos sirvieron antes pero que, posiblemente, ya no funcionan hoy.

Alemany también nos sugiere aprender a discernir, es decir, a elegir entre lo bueno y lo malo, entre lo positivo y lo negativo, tanto para nosotros    como para los otros, y apoyar ese discernimiento en valores, principios y convicciones.

Nos habla el autor acerca de la importancia de aprender a triunfar, aunque también aprender a fracasar. Es importante no ser engreído;  reconocer nuestros triunfos, pero, a la vez, aprender a aceptar el fracaso y tomar de ello lo positivo   para capitalizar la experiencia y hacerlo mejor la siguiente ocasión.

Alemany nos invita a aprender a hablar, a saber expresar nuestro pensamiento y aquello que sentimos, a la vez que aprender a escuchar, ya que muchas veces oímos, pero no escuchamos; a acallarnos internamente para comprender al otro  y poner nuestro corazón al servicio de los demás.

Otro aspecto importante al que llama el autor es a aprender a decir que sí, cuando eso es lo que queremos, pero también a decir que no cuando así lo requerimos, puesto que es importante ser asertivo para responder al entorno sabiendo perfectamente lo que queremos.

Convoca Alemany a aprender a cultivar la exterioridad  para convivir con los otros, aunque al mismo tiempo no descuidar la interioridad, porque considera importante aprender a tener encuentros con uno mismo, en la medida en que hay tesoros que no están fuera, sino dentro.

Alemany nos invita asimismo a aprender a reír, porque a veces no sabemos disfrutar a tope la alegría, y reír implica muchas facetas: desde sonreír  hasta llegar a la carcajada; no obstante, indica que también es de gran importancia aprender y darse permiso de expresar el dolor, la impotencia, con el propósito de abrir un espacio para recibir el sufrimiento, dejarlo estar por un tiempo, sin dejar que se estacione en nosotros.

Nos convida Alemany  a aprender a perdonar a los otros para no vivir lastimados, aunque, aun más importante, aprender a aceptar el perdón que nos otorgan los otros  y, sobre todo,  aprender a perdonarnos a nosotros mismos.

Menciona el autor un par de aprendizajes más: aprender a “tener”, a disfrutar tanto de la compañía de los demás  como de  las cosas materiales; a disfrutarlas  a cabalidad; y también aprender a aceptar las pérdidas, a vivir con la ausencia de las personas queridas y, ¿por qué no?, también de las cosas materiales, ya sea  que nunca se hayan tenido o que se tuvieron y se han perdido.

A lo anterior va ligado aprender a no depender, ni de las personas ni de los bienes; a evitar que la ausencia de los seres queridos invalide  nuestra propia existencia, es decir,   aprender a despedirse.

Y, por último, habla de aprender a relacionarse con la trascendencia, con la espiritualidad.

Reflexionando en todas  estas sugerencias de aprendizajes vitales, no puedo dejar de cuestionarme   qué otros aprendizajes me parecen a mí, en lo personal, vitales.    Llego a las siguientes conclusiones:

Primero, aprender a vivir agradecido, porque la gratitud es algo esencial; de hecho, mi último artículo se llama   Importancia y beneficios de la gratitud,   al que le dediqué toda una reflexión.

Otro aprendizaje vital es que debemos aprender a vivir con humildad, sin jamás subirnos a un ladrillo ni pensar que somos más que ningún otro ser. Esto nos permitirá vivir abiertos a nuevos aprendizajes;  en pocas palabras, a jamás pensar que ya sabemos algo y a erradicar de raíz en nosotros la soberbia.

Un aprendizaje más que me parece vital es aprender a desechar la prisa de nuestra vida.

Esto tiene que ver con algo que Alemany menciona en su libro como aceptar la precariedad de la vida, entender que hay muchas cosas que no están en nuestras manos y fluir con ello.

Hace tiempo escribí una reflexión que titulé Erradicar la prisa de nuestra vida, y me parece un aprendizaje vital, porque en el mundo moderno nos hemos acostumbrado a vivir de prisa. Nos hemos acostumbrado tanto a la inmediatez que vivimos presionados, estresados, lo que nos impide vivir a plenitud, como efecto de la competitividad del mundo actual.

Otro aprendizaje vital lo denominé, en una reflexión de hace años,    “ponerse la mascarilla”, tal como nos lo indican al subir a un avión, si es que se despresuriza la cabina, en el sentido de que debemos ponernos primero nosotros mascarilla de oxígeno para posteriormente ayudar a los demás. Aunque suene egoísta, ésta es la manera más sana de vivir, porque, si yo quiero ayudar a los demás, debo estar bien primero yo.

Por último, y es el punto toral de esta reflexión, “aprender a mantenerse enseñable”. Esto tiene que ver con el primer aprendizaje que menciona Alemany, de aprender a aprender y a desaprender, manteniéndonos enseñables, vivir la esencia de la alegría que representa ser un eterno aprendiz.

Hace más de 10 años, estando con un buen grupo de amigos en Rio  de Janeiro, escuché una canción que, además de gustarme, llamó mi atención no sólo por el ritmo que tenía y por el momento en el que la escuchaba, sino porque la canción transmitía algo especial.

Aunque la canción estaba en portugués, yo podía percibir que ella ofrecía algo  que había que detenerse a entender. El autor es Gonzaguinha  y, aunque el título de la canción es   O que É, Que É?,     la gente la conoce más como una de las frases que dice en la canción, la cual tiene un gran peso específico: “La belleza de ser un eterno aprendiz”. 

Esta frase se me quedó grabada y durante años he reflexionado en ella, hasta el punto de  que la adopté como filosofía de vida. Si tuviese que definirme de alguna manera, lo haría diciendo que me considero  alguien que vive con la alegría de ser un eterno aprendiz, viviendo consciente de que en todo momento debemos mantenernos abiertos a recibir la enseñanza exterior   de otras personas, de las circunstancias y de la vida misma, descubriendo la alegría, la belleza  de ser precisamente un eterno aprendiz.

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